Tras varias visitas al hospital, la compulsión por rascarme avanzaba
hasta las entrañas, provocando la acumulación de antiguas manías.
A hurtadillas, fumados con prisa, los cigarros desaparecían.
Cinco minutos después, tropiezo con la hilaridad de las sombras apiladas en cada esquina, muy cerca del bullicio insolente de las hormigas.
Cae el raciocinio surcando la puerta, escapando así, el malagradecido reflejo.
Desisto de cualquier intento al escuchar la brisa que acarrea el trote de los pasos ajenos.
La proximidad tiene los colmillos más grandes y la mirada perdida.
Cuadrando la estancia y con la cola entre las patas retorna el cínico miedo.
Hurgo en mi estructura, nada bajo la lengua, nada bajo la cama.
La cabeza como soporte de almohada,
miro por la ventana,
saludo con la mirada enjaula, ella siempre se ve triste, come tierra, se deja cimentar por las miradas; mi querida Lápida.
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