viernes, 17 de febrero de 2012

Sufrir por sufrir

Sufre por que quiere



Sufrir, sufrir: sufrimos todos, pero no todo mundo lo dice. Ya sea por vergüenza, timidez, orgullo, la gente no anda por ahí contando sus males emocionales a diestra y siniestra, buscando vanamente un remedio casi imposible para aliviar el duelo, el golpe multiplicado en la memoria, la presencia intrínseca de la soledad y el miedo.

Generalmente, la gente calla en el entendido de que, si se queja, le ir a peor. Estar desempleado ya es muy grave, andarse lamentando es peor, pues la sociedad adjudica al desempleado la causa de su desempleo - “debes de ser más creativo, le dicen presumiendo inteligencia clara – dedícate a vender lo que sea, por tu cuenta, así ya no tendrás horario ni jefe y vas a ver qué bien te va”.

Y el desempleado tendrá que cambiar de identidad si quiere sobrevivir a la crisis. Si estudió para ingeniero y a los cuarenta lo despidieron, ¿qué espera? El dinero no cae del cielo. Levántese contento esta mañana, repita tres veces: soy un triunfador y agarre el aviso oportuno y no sueñe (ni ensueñe) conseguir otro empleo de ingeniero, olvídelo, usted ya no califica, por la edad, y más con esa incipiente calva que ya se proyecta terminar en frente amplia en un par de años. No se queje, luego le va peor, el que quiere trabajar lo hace en lo que sea. Luche.

Y el desempleado se siente realmente culpable de las consecuencias de la economía nacional e intenta levantarse contento, tal como se lo sugieren por la radio y la televisión, darse un baño de agua fría, pues el gas se terminó, y no importa, es mejor el agua fría – se repite y se convence agregando que nada puede ser regalado, a todo sacrificio corresponde un beneficio y evita pasar por la cocina para no extrañar demasiado un desayuno; ahora ausente. No importa: mañana será otro día y, después de encomendarse a su santo favorito, sale de su edificio para enfrentar una mañana cargada de monóxido de carbono y otros gases letales. Respira profundo y se dirige al puesto de periódicos. Hace meses que ya no compra el diario y una sensación de triunfo lo embarga al pensar que gastara diez pesos en adquirirlo, como si todavía estuviera incluido en alguna nomina y supiera que la quincena siguiente recibirá su cheque. Pero no es cierto. Y no importa, repite, yo se que voy a triunfar. Somos lo que pensamos – deletrea en el colmo de la reflexión en ayunas, y continúa caminando por la acera buscando en los muros el numero 480, como decía el aviso oportuno, hasta que llega a la conclusión famélica de que somos lo que comemos, y por lo tanto, (como, luego existo) él no es nada y nadie mira su desmayo en la banqueta. Luego el cielo se oscurece, unos rayos truenan lejos y comienza a llover de nuevo.

(Feb. 2012)

Mónica Sánchez escritora





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